Por alguna razón, India siempre ha ejercido un poderoso influjo en mí. De mi primera visita me traje unas muestras de “agarbatti” (varillas de incienso), en un intento de asir toda la magia perfumada de India a través de su humo penetrante y mantenerla cerca de mí, sin que la distancia o el tiempo pudieran perturbarlo. Aquellas varillas emanaban un aroma intenso. Nada que ver al aroma edulcorado de los inciensos “occidentalizados”. Eran de jazmín, la flor india por antonomasia junto a la champaca o la flor perfumada del pandanus, pero un jazmín nada floral y sí muy indólico, con esas facetas fecales y animálicas que tanto apreciamos los amantes de las flores narcóticas.
Cada vez que inhalaba su incisivo aroma, cerraba los ojos y me transportaba de nuevo a los frenéticos bazares de Pushkar, a las escaleras salpicadas de caléndulas de sus múltiples templos o el bullicio de las callejuelas de Jaipur. “Hedonismo” es la palabra que inventó el hombre para poder sintetizar las emociones que suscita el país de los mil aromas. Aquel olor se quedó grabado en mi mente, como huella indeleble en mi memoria olfativa. Devi de Ricardo Ramos, ha llegado para rescatar de los recovecos de mi recuerdo aquel Jasmine agarbatti que preservó la esencia de India en mis fosas nasales.
Con prácticamente las mismas tonalidades de aquellas varillas de incienso, Devi se debate entre su poso animálico de castóreo, oud y almizcle y el matiz floral oscuro que aportan el jazmín Sambac y el iris, moderado por las notas frutales de mango, albaricoque y coco. El conjunto atrae e intimida, tanto como la bellísima Gayatri Devi, la musa que inspiró el jugo, la última Maharani de Jaipur que se convirtió en política de éxito tras la independencia de India y la caída de las dinastías principescas.
Toda India inspira. Desde sus pétreos templos ungidos con pasta de sándalo a las pujas callejeras improvisadas de humeante incienso. Los perfumistas de todos los tiempos se han hecho eco de su eterna magia. Desde Guerlain con aquel Shalimar, el primer perfume ambarino de dio nombre a la familia olfativa y rindió tributo a una historia de amor legendaria; o Samsara, “eterno renacimiento” en sánscrito, para el que se dispusieron los más preciados jazmines y sándalos de Oriente; a la moderna Sasva, una visión contemporánea de la decadencia histórica, opulencia y sensualidad indias.
![](https://beautymatters.style//wp-content/uploads/2024/11/3-683x1024.jpg)
Oud y rosa, el espíritu de India
Es difícil acotar olfativamente India. Para mí es una mezcla de rosa de Vrindavan y sándalo Mysore. O rosa de Pushkar y oud de Assam. O jazmín de Madurai, rosa de Vrindavan, sándalo Mysore y oud de Assam. Porque todo lo que tiene que ver con India, termina rezumando ese matiz característico que no sé muy bien cómo definir, pero algunas composiciones lo saben captar a la perfección. Como Indian Leather de Memo Paris, la última creación de la casa parisina y el postrero homenaje a un país que nunca dejará de tener homenajes olfativos.
Indian Leather, es la última incorporación a la línea de pieles legendarias y nómadas. Con una salida coriácea muy aromática, licorosa y especiada. Algo terrosa, quizá por la presencia de Nagarmotha o cypriol, otra de esas extrañezas indias que se ha sabido ganarse un puesto de honor en la perfumería contemporánea por sus múltiples capas olfativas, típicas de las raíces aromáticas, como el nardo jatamansi o el vetiver.
Esos ingredientes alabados en aromaterapia por su cualidad de arraigar, de establecer esa “puesta a tierra” tan de moda en la actualidad. Es curioso que los ingredientes más afianzadores, sean al mismo tiempo los más aromáticos. Sabiduría de la madre Tierra. Va a ser verdad eso de que el perfume –o el buen olor–, está inexorablemente vinculado a la divinidad. A la fuente del origen del todo. Absoluto de rosa, jazmín, oud, pachulí y cypriol, son las notas predominantes de esta nueva composición que nos acerca al imaginario indio con sus múltiples facetas.
Indian Leather me hace recordar el mítico festival del desierto de Jaisalmer (Jodhpur, Rajastán), donde el sillage de las mezclas perfumadas de los jinetes se confunden con el acre aroma animálico de camellos y caballos, los encargados de poner en marcha el espectáculo. Un espectáculo de flores (jazmín y rosa), resinas (estoraque y olíbano), maderas (oud) y raíces (cypriol), que te llevan a la genuina India en una sola inhalación.
![](https://beautymatters.style//wp-content/uploads/2024/11/1-683x1024.jpg)
“Kama-gandha”, el aroma de la lujuria
Haciendo una traducción improvisada: “kama”, lujuria, placer; “gandha”, aroma. Bajo este epígrafe imaginario podríamos aglutinar esa otra tanda de inspiraciones indias que incitan al goce y la sensualidad. Kamasurabhi de Lorenzo Villoresi, es considerado “el perfume del placer”, inspirado por Kama, el dios del amor y la lujuria; y surabhi, haciendo alusión al aroma dulce, un término profundamente arraigado en la cultura y la tradición indias, que simboliza la prosperidad, la fertilidad y las bendiciones divinas. Una alegoría del placer, pero no un placer físico y primario, sino un placer en su acepción más amplia, de matices infinitos, espiritual, casi meditativo.
Aunque en su descripción se ensalza ese efecto rico y opulento de sus flores exóticas, Kamasurabhi más bien te envuelve en la ligereza de un sari de seda recién comprado en un bazar de Jaipur, donde se queman varillas de agarbatti impregnando todo con su enigmático humo perfumado. Tremendamente cálida e intrigante, Kamasurabhi es más bien un elixir sagrado, donde confluyen elementos aromáticos de la más alta reputación divina: sándalo, brotes del árbol Bakul; las enigmáticas flores globulares del kadamba, que despiertan durante la noche emanando su rica fragancia; y Pandanus, con su insólita flor Kewra, cuya elevada vibración dicen que toca y sana el corazón.
Olores tan desconocidos para las narices occidentales que resulta imposible no dejarse embaucar. El bakul de Kamasurabhi se ha introducido en formato attar tradicional, con su inconfundible base de sándalo que le aporta ese matiz cremoso y contemplativo tan representativo del misticismo hindú.
Attar, el epítome de perfume indio
Bakul, es uno de los attar indios más venerados por su carácter sagrado y ritual (dicen que promueve la energía del séptimo chakra, el que nos conecta a la divinidad), junto a otros como el embriagador y femenino Ruh Motia, a base de jazmín sambac; Mitti attar (húmedo y terroso); o los attars amaderados y ambarinos de Hina o Shamama, más populares en los meses de invierno por su carácter templado. Nada se concibe en India sin ese vínculo entre lo físico y lo metafísico, el cuerpo y el espíritu, lo corpóreo y lo etéreo que configuran la singularidad del ser. El ser en su totalidad. Los attar antaño tuvieron esa finalidad.
Debían ser compuestos por maestros del aroma y peritos de las ciencias médicas, versados en los antiguos Vedas, dando lugar a elixires que más que fragancias eran auténticas pócimas curativas perefumadas. Neela Vermeire plantea un elogio con cada uno de sus perfumes, un himno a su India natal y un acto de profunda reverencia por sus tradiciones ancestrales. Trayee, uno de mis preferidos, condensa la esencia de la era védica, el origen divino de los tres primeros Vedas: Rig, Yajur y Sama, esta antigua sabiduría fue la que inspiró el nombre del perfume, pronunciado try-ee, que significa “la tríada”.
Trayee, revive los intrincados rituales de los templos, el ayurveda, el universo del yoga y la búsqueda holística del conocimiento. Y lo hace incluyendo un alto porcentaje de ingredientes naturales utilizados en muchas de las ceremonias védicas. Puede que no nos predispongan a esos estados elevados de conciencia a pesar de su acorde de ganja (del sánscrito védico “cannabis”), pero su gran valor aromaterapéutico nos impulsa a transmutar las emociones con las facetas balsámicas del incienso, la mirra o el elemí. Jazmín, sándalo, pachulí, vetiver, especias y oud, por muy intensos que suenen, completan la sutil estela de este perfume que se podría custodiar en un altar.
De altares, templos y espacios sagrados inexpugnables se nutre la imaginería oriental. Como Gangkhar Puensum, la montaña prohibida de Bután que nadie debería escalar, donde mora el tigre al que rinde homenaje Memo Paris con Tiger’s Nest, un nido fragante y trascendental a base de incienso, ylang, papiro y azafrán. “Una mezcla de espiritualidad y misterio, algo que flota en los cielos, por encima de las almas”, declaró Clara Molloy (co-fundadora de Memo) a Beauty Matters.
![](https://beautymatters.style//wp-content/uploads/2024/11/2-683x1024.jpg)
Rajastán, “morada de marajás”
Enclave mítico del noroeste de India y uno de los estados testigo del esplendor de las pretéritas dinastías mogol y su propensión al boato y la magnificencia. Jaipur “la ciudad rosa”, Udaipur “la Venecia de Oriente” o Jodhpur “la villa azul”. Con solo nombrarlos los sentidos se azuzan en busca de emociones placenteras. Rajasthan de Etro, más que un perfume es una impresión olfativa. La de la sutileza que se intuye del tacto sedoso de las levitas adamascadas, de los destellos tornasolados de las perlas que ensalzaban el torso y el cosquilleo dócil de la pluma que decoraba la testa de aquellos rajás y marajás que impregnaron India de una pátina de ornato y solemnidad.
Hablamos de la India ensalzada en poemas y pinturas, henchidas de color y florituras, donde los ademanes principescos nos hacen intuir el aroma a rosas, dicen que fue la flor que dio origen a los míticos attar, comenzando con Gulab y Nur Jahan, la emperatriz mogol que con su costumbre de bañarse en aguas templadas con pétalos de rosas, descubrió la capa de moléculas olorosas que flotaban en la superficie, hasta convertirlo en uno de los aromas míticos de India.
Rajasthan no huele a rosas, pero las lleva en su composición, según algunos medios que tratan de desgranar fútilmente su pirámide olfativa. Rajasthan es un misterio, con su aroma fugaz que va y viene, de facetas florales y afrutadas, delicadas y evanescentes, y esa estela elegante nada invasiva, nos obliga a pensar en una India sigilosa, que no quiere imponer su brutalidad aromática, a sabiendas de que quienes la conocemos, adjudicándonos el papel de cómplices, asumimos una culpabilidad que bien merece la pena…
Deja una respuesta