«Un perfume es una obra de arte y el objeto que lo contiene debe ser una obra maestra». Robert Ricci
Y desde luego el Sr. Ricci lo llevó a cabo contratando al escultor Jean Rebull, quien produjo la primera versión con forma de sol del mítico perfume L’Air du Temps en 1948. La versión de cristal de Lalique llegó tres años más tarde, un tarro acanalado con dos palomas, símbolos de paz, esculpidas en el tapón. El idilio entre arte y perfume ya es un tanto longevo. Desde las esmeradas vasijas de cerámica egipcias o los ejemplares romanos con piedras preciosas, hasta las esculturas en cristal de Baccarat del siglo XX, lo que la historia ha dejado claro es que es tan valioso el continente como el contenido.
Qué mejor manera de capturar esas creaciones olfativas, evanescentes y efímeras, que se diluyen gradualmente en el aire como el trémulo hilo del incienso. Es como encerrar una sensación con el afán de apresarla para poseerla por siempre. Ese hermoso recipiente, es como dotar al perfume de un aura de distinción. Esos frascos terminan siendo testigos directos de la historia, cuentan su tiempo a través de esmerilados y lacados, filigranas decorativas que expresan el sentir de una época y su evolución artística. Envases que sostuvieron el olor del glamour y una vez vacíos terminan guardándose como objetos de arte sobre estanterías iluminadas, como si estuvieran expuestos en las vitrinas de un museo.
Cuando descubrí que dos de mis perfumes favoritos, Geste y Bosque, de Humiecki & Graef, se habían creado en porcelana, en edición limitada (130 frascos con numeración individual en todo el mundo), interpretados por el artista Wouter Dolk, reconozco que deseé tenerlos. Despertaron en mí el antojo de la posesión. Esas delicadas flores pintadas en su luminosa superficie irregular y artesana, los hacían mucho más atractivos. Como si ese sofisticado envase enfatizase el aroma y lo hiciese único y especial.
El frasco importa. Eso está claro. Hay marcas, incluso, que lo elevan a la categoría de obsequio para sus invitados. Como Amouage, concebida en un primer momento (1983) como regalo de su Alteza Sayyid Hamad bin Hamud Albusaid para transmitir el legado perfumista omaní a través de dos joyas, cuyas formas recuerdan a la Gran Mezquita del Sultán Qabus de Mascate para el perfume femenino, y el janyar, la daga tradicional de Omán, para los masculinos.

Guerlain, otra de las grandes casas de perfume de todos los tiempos, sumó su talento al de la enseña de porcelana japonesa Arita Porcelain Lab, movidos por la preocupación de infundir arte con los objetos cotidianos, aportando una nueva dimensión a la belleza. Con motivo del 400 aniversario de Aritayaki (la joya de la porcelana japonesa), Arita Porcelain Lab diseñó una edición limitada de 500 unidades del mítico perfume Mitsouko (350 €, 75 ml.), creado en 1919 por Jacques Guerlain inspirado en la heroína homónima de la novela de Claude Farrère, La Bataille. El diseño se centra en el sol naciente, cuyos rayos se extienden en todas las direcciones salpicando símbolos de buena suerte como la paulownia (representa la elegancia); el ciruelo, considerado símbolo de la vida; la peonía, elimina vibraciones negativas; y el crisantemo, que representa la longevidad.

Versiones más modernas son las de Vilhelm Parfumerie (a la venta en Le Bon Marché), la marca de perfumes neoyorkina que interpreta el espíritu de cada fragancia a través del foto-collage con la traducción artística del fotógrafo Martin Vallin; o Floraïku, creada por John y Clara Molloy, los artífices de Memo Paris, que dan un giro de tuerca a la imaginería asiática con la inspiración de la artista Victoire Cathalan. Debutó con 11 fragancias inspiradas en la cultura japonesa con estrofas de haiku (poesía japonesa) grabadas en cada botella.

Arte y perfume conforman un compendio de imperecederos capítulos que solo la historia sabrá recitar. Mientras tanto, nosotros, como meros espectadores, seguiremos deleitando vista y olfato gracias a estas joyas, antaño coto de unos pocos, hoy disfrute cotidiano de masas…
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