Hotel Boutique Vila Monte Farm House. Moncarapacho, Algarve (Portugal).

Hay lugares que me hacen recordar el Highway to Hell de ACDC, pero con la única intención de rebautizar el título de la canción y concluirlo en Heaven… El puro cielo con sus nubes blancas que texturizan el azul intenso del tejado del mundo, ¡oh!, qué cielo… El Algarve se vanagloria de esas jornadas de luz intensa que baña la costa y los huertos, el verano y el invierno. Y eso ya es suficiente aliciente para situarlo en el mapa como point of interest. Sus lugares, su gastronomía, sus gentes y sus tradiciones, Portugal en sí misma es un himno a la alegría y el buen vivir.

Un perfecto highway to heaven sería el serpenteante sendero que conduce a la puerta principal del Hotel Vila Monte Farm House, esa culebrilla empedrada custodiada por un intenso follaje ya augura que el destino será celestial. Es de esos lugares que te atrapa con sus paredes encaladas y la finura de sus detalles obligándote a hacer una pausa en el tiempo, a remolonear con los minutos y los segundos. El crepitar de la chimenea que preside el lobby, el córner con frutos, verduras y hierbas ecológicas, los ventanales a la cocina que desvelan que en su buen hacer, no hay trampa ni cartón, la ruta a las suites sorteando sus piscinas, y esas suites… ¡Ay!

La responsable de que este hotel boutique respire esa quietud y apostura es Vera Iachia, la arquitecta lisboeta encargada de regar el raw-boho-chic a todo lo que toca. La clave de su éxito es hacer un mix entre el rudo estilo de vida tradicional de los pescadores, con artesanía y elementos decorativos locales, colores neutros y materias rústicas para crear un ambiente relajado, contemporáneo, inspirando una sensación de auténtico bienestar. Vera es reconocida por el bohemio estilo de vida de Comporta, una zona al sur de Lisboa que se puso de moda hace ya unos años y mantiene su liderato como destino imprescindible para un verano poshy-lazy.

Vila Monte no tiene un spa con cascadas y fuentes termales, ni falta que le hace. Tan solo transitar pausadamente por sus instalaciones ya se podría considerar una meditación en movimiento. Lo que sí tiene Vila Monte es una caseta, como la llaman en mi pueblo, un escondite de relax chiquito, pero completo, donde puedes disfrutar de un masaje relax, un aromático con aceites esenciales o un descontracturante, por si el paisaje no ha sido suficiente linimento para músculos breados por el azote urbano.

Yo me pedí el aromático. Donde haya un aceite esencial allá que se levanto mi dedo. Mi pobre terapeuta tuvo que lidiar con dos contracturas crónicas, trapecios como el lomo de un gato arisco y lumbares magulladas de tanta postura incorrecta. No sé si sufrió más ella que yo… Pero cuando acabó el ritual e intentó darme instrucciones de cómo velar por el bienestar de mi musculatura, el segundo bostezo de satisfacción que lancé fueron las credenciales más que suficientes para rubricar un trabajo bien hecho.
Llegó el momento de la despedida y volví a recordar a ACDC, y a mis veranos en mi pueblo, cuando concluían y entre sollozos me subía al coche de vuelta y le pedía al tiempo que fuera benévolo, porque mi único deseo era volver…
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