Me considero una firme defensora del buen envejecer. Soy partidaria de las arrugas bien dibujadas, intento ser amable con la huella que deja el paso del tiempo, siempre que mantenga intacta la expresión genuina. Es lo que nos diferencia, lo que nos da personalidad y carisma. Por eso a veces me he sentido un poco Ponce de León en busca de la fuente de la eterna juventud. La cosmética bien elegida y usada a tiempo y con constancia, es un arma esencial, sin duda, pero en mi mucho buscar he llegado a encontrar otros aliados que al menos a mí, me han dado muy buenos resultados.
Asia, de norte a sur y de este a oeste, es una fuente inagotable de buenos recursos embellecedores. Desde los ungüentos ayurvédicos a las técnicas chinas, coreanas y japonesas, todos ellos, me han descubierto un universo de buenos cuidados hasta el momento desconocidos. Uno de ellos es la acupuntura facial, ahora muy de moda, sobre todo en centros estéticos holísticos y con sello new age esparcidos por Manhattan o Brooklyn, pero hace unos años, pocos se planteaban que clavetear diminutas agujas en el rostro, tendría beneficios estéticos. Afortunadamente ya no es tan nicho. Cada vez tenemos más opciones, como la que nos ofrece el prestigioso John Tsagaris que en fechas determinadas pasa consulta en Tacha (Madrid). A mí me gusta que me la haga mi doctora Li, como yo la llamo, lleva años tratándome y un buen día me comentó que su protocolo facial era muy efectivo para mantener la piel lozana. Y dije, pues manos a la obra.
También he de confesar que relajante, no es mucho… las agujas son mucho más finas que las que se utilizan en el cuerpo, pero aun así, duele. Li se ríe, dice que soy un poco quejica, puede que mi umbral del dolor esté bastante bajo, pero diga lo que diga, duele. Li aplicaba con esmero las agujas según lo que quisiera trabajar. Apuntalando las arruguillas para difuminar su grosor, en zonas de drenaje para eliminar toxinas, en puntos clave para eliminar tensión (frente, cejas, mandíbula si bruxas…). Eso sí, no se te ocurra hablar o gesticular porque si lo haces, sentirás como si mil voltios estuvieran atravesando tu piel (señal de que funciona).
Esas finísimas agujas insertadas en los puntos correctos, además de equilibrar problemas energéticos en los órganos asociados (fuego en hígado, frío en riñones, estancamiento en sangre…), estimula la micro-circulación, por tanto oxigena y nutre los tejidos, relaja la fascia (la telilla que recubre los músculos) y la libera de tensiones, el mero hecho de clavar agujas en la superficie de la piel, estimula la producción de colágeno. Resultado: piel luminosa y con buen color (por activación de la microcirculación), con facciones redibujadas (estimula el músculo por tanto combate la flacidez y drena el exceso de líquidos y toxinas) y una sensación de bienestar muy placentera.
Me gusta la acupuntura facial y la medicina tradicional china, porque después de todo lo que he leído, investigado y probado, considero que tiene mucha lógica en su argumentación. Para la medicina china, los problemas faciales (flacidez, hiperpigmentación, bolsas bajo los ojos…), están relacionados con un problema energético o desequilibrio en algún órgano. ¿Sufres de flacidez? Analiza cómo está tu bazo. ¿Acné? El hígado puede ser el culpable. ¿Ojeras oscuras y bolsas? Revisa el estado de tus riñones…
Mi bazo siempre está al quite, por eso sé que la flacidez para mí siempre va a ser mi caballo de batalla. Como conclusión, podríamos decir que la acupuntura facial trabaja a dos niveles: externo, obligando al colágeno y elastina que se activen por la propia acción de inserción de las agujas; e interno, equilibrando el chi, Qi o energía vital, resolviendo estancamientos o devolviendo a cada órgano su homeostasis. Esa es la ciencia tras la medicina oriental. La importancia de la salud en pro de la longevidad.
En su protocolo Li también incluye el rodillo de jade y la gua sha facial. Hoy nada desconocidos, porque son instrumento imprescindible (y muy cool) en los nuevos rituales holísticos. Y porque muchas marcas cosméticas los están incorporando como complemento a sus cremas, como Herbivore Botanicals, Angela Caglia o Cordial Organics. Yu ling Rollers, es una de las más utilizadas por las esteticistas, y otras como White Lotus o Nefeli, pero puedes encontrar buenos ejemplares en Amazon a precios más módicos.
Hay versiones en jade, cuarzo rosa, ágata y otra serie de piedras preciosas, según dicen, porque la energía de cada piedra trabaja en diferentes sentidos. Yo utilizo una gua sha facial de jade verde, porque trabaja en sinergia con el polvo de perla (utilizo polvo de perla puro de la marca Moroccan Natural, diluido en unas gotas de agua para exfoliar ligeramente, blanquear y refinar la textura de la piel), y otra de cuarzo rosa, por eso que dicen de que cultiva el amor propio… Pero además activa la luminosidad de la piel por su alta frecuencia vibratoria.
El tema de la forma es otro cantar… Las hay en forma de mariposa (muy solicitada entre las famosas), en forma de mano heavy, que llamo yo, o sea, con dos protuberancias en la parte superior que simulan al índice y meñique extendidos, muy útil para trabajar zonas más definidas como la mandíbula o el entrecejo; o la de Nefeli, de diseño propio (y precio desorbitado) que tiene diversos ángulos pensados para activar, drenar, dar forma a las facciones… (puedes ver un video muy ilustrativo en Treatment by Lanshin).
Suelo completar mi masaje nocturno con un buen bálsamo limpiador, mejor en aceite o de textura densa que permita trabajar con la gua sha (esencial para no romper las fibras de colágeno), como Warming Honey Cleanser de Is Clinical (me encanta su aroma a miel pura y su textura consistente, como si te arrullase la piel) o después de la limpieza con un buen serum en aceite, yo tengo en rueda unos cuantos: Midnight Rejuvenation de Le Pure, Radiance Face Oil de Eve Lom, Aria de La Bella Figura o Active Botanical Serum de Vintner’s Daughter (absolutamente recomendable), entre otros muchos. El trabajo con gua sha se puede percibir al instante, primero se trabaja una mitad del rostro y luego la otra, empezando por el cuello y mandíbula y acabando en la frente. Solo observar en el espejo la diferencia que hay entre una mitad y otra, ya son suficientes credenciales para sentenciar que el invento, funciona…
Pero en Oriente también descubrí el yoga facial y lo practiqué con Maiko, una japonesa afincada en Madrid con un método propio muy efectivo. Me encanta la simbología oriental y el lenguaje no verbal. Cada vez que he tratado con un japonés, sus manos son una parte esencial del mensaje final. Son delicadas, muy entrenadas y nunca ofensivas. A veces con ellas se dice más que con las propias palabras. Maiko las tiene así, finas, pequeñas, gráciles… Pero firmes como una roca. Mi rostro da fe. Maiko ha diseñado su propio protocolo que llama Yoga Facial, una serie de presiones y amasamientos en puntos de shiatsu y reflexología que consiguen liberar la tensión acumulada en el rostro (sobre todo si bruxas o expresas la tensión en la mandíbula apretando la dentadura. Como yo…). Este masaje también duele. Buena señal de que es efectivo.
Tras una sesión con Maiko mi rostro está relajado (yo entera, vaya), mis pómulos han subido un peldaño, y las bolsas y ojeras bajo mis ojos, simplemente han desaparecido. Para mí es mi tratamiento estrella siempre que tengo un evento especial, sé que ese efecto flash está asegurado. De Asia también me traje la magnoterapia facial, los elixires de belleza a base de adaptógenos, el martillo de siete puntas o flor de ciruelo, la schizandra y las bayas goji, pero esto puede que os lo cuente en otro post…
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