Estaba aún aturdida. Acababa de llegar a Nueva York, y no solo por el jet-lag, su bullicio, su dinamismo, las dimensiones de esta ciudad, hacen que te cueste adaptarte al medio. Vivir, comer, dormir en una planta 35 con vistas al río Hudson y Central Park, no es fácil l de asimilar para una que está acostumbrada a las medianas alturas de la capital. No podía visitar la Gran Manzana sin conocer uno de los spas urbanos con más condecoraciones por su ubicacion, su buen hacer y la larga lista de pequeños detalles, de esos que marcan la diferencia.
Yo decidí probar el Jade Stone Facial, que para eso estaba en el Mandarin…, aunque los detalles del tratamiento os los cuento después porque primero pasé por dos etapas que a mí, personalmente, me encantaron. Una fue sumergirme en la piscina enriquecida con oxígeno (Vitality Pool). Puede que penséis que esto no tiene nada de especial, pero ese oxígeno además de airear tus células, hace que los tratamientos que recibas después sean más efectivos. Y otra fue la sala de vapor presidida por una gran drusa de amatista (Amethyst Crystal Steam Room). Vale, llamadme friki de los minerales, además de que la amatista es mi piedra favorita, pero el motivo por el cual está presidiendo el hammam no es porque quede de miedo a nivel decorativo, es porque la frecuencia de los cuarzos sintoniza mucho mejor con el vapor de la sala. Pero esto ya os lo contaré en otro post.
Una vez sumergida en oxígeno, equilibrada de frecuencias y con los poros abiertos para recibir los activos, antes de entrar en la cabina, y para no romper la sintonía, me pertreché de un buen vaso de agua infusionada en piedras de la fuente de Vitajuwel, algo muy de moda en toda América, y por cierto, muy presente en la zona spa. Era difícil no perder la mirada en el horizonte, escudada por aquellos imponentes rascacielos que a esa altura, parecían simples peones de un ajedrez viviente.
Mi terapeuta, cita mi nombre con un curioso acento entre americano y asiático, pero asombrosamente, ha sido una de las pocas personas que ha sabido decir bien mi apellido a la primera… Se llamaba Fini, no se me antojó muy oriental, pero su delicadeza, sus cuidadas maneras, hacían gala de esa finura, nunca mejor dicho… Manos a la obra, empieza el facial. Fini me muestra todo el arsenal, serums, mascarillas y guasha de un acabado exquisito de la firma Nefeli. Curiosamente conocí esta marca hacía unos años por un libro que compré en París sobre Belleza y Medicina China, y en honor a la verdad, me gustó.
Fini me iba explicando cada paso, y a cada mínima acción que ejecutaba en mi piel, siempre había un gesto de permiso y un «thank you» después. Cortesía oriental. La fase de masaje fue con ese curioso guasha facial. Yo tengo varios ejemplares que uso en casa a menudo, pero he de reconocer que ese formato no lo había visto nunca. Fini deslizaba la guasha facial con mucho mimo, casi era una caricia, tanto, que sentí caer en los brazos de Morfeo. Pero lo que cuenta es el resultado final, y ese… ¡Oh, Dios!, fue espectacular. Mi piel estaba luminosa, mis músculos en su sitio y una expresión de relax en mis facciones delataba que ese toque asiático en mi ser, había sido una purga sensorial.
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