Nai Yang Beach. 116 Moo 1, Sakhu, Thalang. Phuket (Tailandia)
www.theslatephuket.com

Aterrizar en The Slate Phuket (antes Indigo Pearl) es como tocar con los dedos el agua de un oasis en medio del desierto. Cuesta hacerse a la tenaz humedad del ambiente, mucho más teniendo en cuenta que vivo en Madrid… Pero adentrarse en esa jungla de alto standing, supone toda una experiencia para los sentidos. Todo en este hotel está pensado para saborear la excelencia del mínimo detalle. Su arquitectura, su decoración, su espléndido asiento. Yo que me confieso fan de las bañeras de hotel, la que tenía en mi habitación no podía ser más espectacular, en el exterior, con vistas a la selva tropical, un absoluto privilegio.

En Tailandia encuentras infinidad de espacios donde disfrutar de un buen masaje tailandés, a buen precio, a pie de calle, como quien entra en un ultramarinos; pero el que disfruté en Coqoon Spa, la zona relax de The Slate Phuket, fue un antes y un después en mi experiencia en rituales tailandeses. No en vano, fue galardonado con el World Luxury Spa Awards 2011 a los pocos meses de ser inaugurado. Está decorado al estilo “jardín del Edén”, y en cierto modo adentrarte en sus instalaciones te hace sentirte un poco como Jane en la cabaña de Tarzán… “The Nest”, es el espacio arquitectónico más lujoso del spa (una suite suspendida en el aire a la que se accede por un puente voladizo), obra de Bill Bensley, reconocido por su enfoque holístico y por integrar las estructuras en la naturaleza haciendo un guiño a la artesanía local. Según él mismo reconoce, abraza la filosofía indonesia. “Lebih gila, lebih biak” (cuanto más extraño, mejor).

Según entras en la recepción del spa, te ofrecen un bonito vaso de diseño con un elixir violeta profundo, casi neón. Yo no soy muy amiga de los brebajes fluorescentes, me da la sensación de que estoy bebiendo criptonita… Sin embargo nada más lejos de la realidad. Ese curioso brebaje era de lo más natural: Butterfly Pea Flower tea, una especie muy común en Tailandia, usada durante siglos en el sudeste asiático como tinte y elixir de belleza, ya que ayuda a proteger la piel contra el envejecimiento prematuro (combate la glicación y la inflamación). Lo curioso de esta variedad es que cambia de color en función del pH del líquido que se le agregue, es habitual servirlo con limón, de ahí su tono púrpura intenso. Lástima que no sea fácil encontrarla en Europa, a través de Amazon se puede conseguir algún ejemplar, pero no hay mucho donde elegir…
Después me dieron a oler distintos aromas embotellados en preciosos matraces, con ello personalizaban el tratamiento para que la experiencia fuese más sensorial. Yo me quedé con el penetrante aroma de la Champaca (Magnolia Champaca), muy habitual en Asia, en India se ofrece como culto a los templos y en general, se utiliza en cuencos de agua como ambientador o como adorno para el cabello por su fragrante aroma. Dicen que el mítico perfume de Jean Patou, «Joy», el segundo más vendido en el mundo después de Chanel No. 5, contiene el aceite esencial de las flores de champaca. Con la champaca realizan exfoliaciones y envolturas. Y para mí, sin duda, es el aroma oficial de Tailandia. Si quiero recordar aquel viaje, abro mi pequeño frasco de aceite esencial, cierro los ojos, inhalo y en segundos me siento de nuevo en la cabaña de Tarzán…

Mi terapeuta me hace una reverencia, muy al estilo oriental, y me acompaña a mi cabaña para comenzar el ritual, un Traditional Thai Massage, que para eso estoy en territorio thai. Siempre que hay manos expertas y versadas en esta técnica, me pido el tailandés. Antiguamente se realizaba como terapia de salud ya que equilibra a todos los niveles: físico, mental y emocional, y en ese estado de armonía, se previenen las enfermedades, decían. Entre su retahíla de virtudes están la de mejorar el sistema digestivo y los órganos internos, eliminar toxinas ya que activa el sistema linfático, la sucesión de manipulaciones, presiones y estiramientos liberan las tensiones del cuerpo a nivel músculo-articular y procura una profunda relajación. Tanto, que después de dar el último sorbo a mi té violeta me fui directa a la habitación como sumida en un dulce letargo…
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