Octubre, 2017. Suena el whatsapp. Era Carlos Huber, Fundador y Fragrance Developer de la firma de perfumes Arquiste. Me dijo: –Estoy en Madrid; y yo le contesté: –Pues te entrevisto… Quedamos en una céntrica terracita, que todavía las temperaturas daban tregua. No sé si entró él antes o su inmensa sonrisa, de esas que no tienen fecha de caducidad. Antes de comenzar con el repertorio de preguntas, él se echó manos al bolsillo y como si me fuese a enseñar el expediente más custodiado por la Interpol, sacó a hurtadillas un pequeño frasco y me dijo: –Huele. La entrevista no tenía nada que ver con aquel pequeño secreto que en ese momento Carlos me quiso desvelar. Pero nos enredamos, y el cuestionario pasó a un segundo plano, la curiosidad me podía.
El aséptico frasco tan solo llevaba una pegatina blanca que ponía “AG” Sydney Rock Pool. Y yo lo olí. Cómo describir las sensaciones… Harto complicado. Pero aquella inhalación fue como abrazar el yin y el yang. Lo masculino y lo femenino. El salobre mar y la tierra con el matiz musgoso de sus raíces. Lo más mágico de un perfume es formar parte de su evolución. Explorar cómo te envuelve y van apareciendo y ocultándose sus notas. Y noté la rudeza de la piel masculina y al mismo tiempo la dulzura de flores y frutos. Aquella muestra era la séptima de un proyecto que comenzó en 2016 cuando la revista Traveler (Condé Nast) decidió que Australia sería el destino del año. “Se hicieron unas cuantas versiones de una fragancia marina con acorde salado exclusivamente para el evento que solo se regaló a los VIP’s de la revista “, me comentó Carlos, pero tuvo tanto éxito que fue el punto de partida de una nueva historia olfativa.
Y Rodrigo Flores-Roux (perfumista de Givaudan y creador de todos los perfumes de Arquiste) se puso manos a la obra para dar vida a Sydney Rock Pool (170 €, 100 ml.), el perfume más contemporáneo de la marca según palabras de su fundador. Un poco de acorde mineral y de coco, una pizca de alga, bien de jazmín y absoluto de narciso, a tope de Ambermax y una base pulida de maderas de sándalo australiano y cedro, entre otras. Pero no unas maderas cualquiera, sino un acorde muy especial: “Lo que llamamos Driftwood es un acorde de maderas secas que, por su matiz salado, huele como los pedazos de madera arrastrados por el mar. Queríamos explorar la idea de un aroma seco. A Rodrigo y a mí nos gusta jugar con conceptos que no necesariamente son claros en términos olfativos: calor, humedad, acidez, textura…. ¿A qué huele la madera secada por el sol y azotada por el mar? ¿Es un aroma frío, salado? Y luego lo llevamos más allá, equilibrándolo con un acorde suave y untuoso como el de la crema de coco”, me explica Huber.
Me asalta la curiosidad respecto a las notas, y Carlos profundiza: “Cuando empezamos a trabajar la primera versión de esta fragancia, Rodrigo desarrolló un acorde al que llamó ‘Acrópolis’. Queríamos trabajar la idea de cómo huele y sabe el mármol bajo el sol, con un punto salado, mineral… Nos pareció bueno plantear notas minerales en este perfume, interpretar la piedra arenisca tan presente en las playas de Sídney, ¡porque esa piedra huele!, y va muy bien con las notas secas de madera un poco ácidas del acorde Driftwood. Sin embargo, también queríamos representar el musgo y el alga que cuelga de estas rocas continuamente bañadas y golpeadas por el mar. Utilizamos un extracto de algas de la costa francesa del Atlántico que se llama alginol. Nos da un matiz verde marino que huele un poco a hongo. Le aporta un toque de humedad al perfume y va muy bien con el jazmín y el frangipani”.
Pero aquí no acaba la cosa… “Yo tenía una obsesión particular, la idea de incorporar el aroma a crema solar de coco, pero… ¿Cómo podíamos hacerlo sin banalizar el perfume? Así que decidimos hacer algo diferente. Hicimos un estudio detallado con la tecnología ‘Head-space’ para analizar diferentes aspectos de esta crema solar de la cual soy fan (se llama Le Tan y solo se consigue en Australia). Es decir, se analizan las moléculas odoríferas que son capturadas en el espacio donde se expone la materia aromática. Analizamos la fragancia de la propia crema pero también el olor de un antebrazo que había sido cubierto con ella y se había secado al sol durante una hora. Por ello el acorde de coco de Sydney Rock Pool no es el de la crema en sí, sino el de la piel cálida ligeramente perfumada. Esto hace el perfume más sutil, suave y sofisticado. Da un toque muy sensual a la composición”.
Algo más de medio año más tarde de aquel encuentro con Carlos en Madrid, el proyecto había concluido. La muestra final terminó siendo la AR, unas cuantas versiones más desde que olí aquel prototipo AG. Adaptaciones para pulir y redondear el jugo, para poner aquí y quitar de allá. Para llegar a esa sensación que Huber quería transmitir, su pasión por el mar y un estilo de vida que inspira, el homenaje a Australia, a sus gentes y algo tan mítico como las piscinas oceánicas talladas en las rocas de las costas de Sídney. Recrear olfativamente ese momento de piel mojada, revestida de sal y arena, exudando los restos del lechoso bronceador mientras se seca al sol. Ese olor a brisa marina, a la espuma de las olas que serpentean aturdidas en la orilla tras el azote de un mar enfurecido. Ese aroma a verano. A puro placer.
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