Cuando en 1874 los científicos alemanes Ferdinand Tiemann y Wilhelm Haarmann dedujeron la estructura química de la vainilla y encontraron la forma de sintetizarla, seguro que no fueron del todo conscientes de la inmensa aportación que estaban haciendo al arte de la perfumería. El éxito del considerado “primer perfume moderno de la historia”, Jicky, creado por Aimé Guerlain en 1889, se debió al uso de dos moléculas sintéticas: la etil-vainillina y la cumarina, aislada del haba tonka por Perkin en 1868. Esa combinación entre naturales y sintéticos, con un perfil olfativo que no entendía de sexos, supuso una apuesta osada en un momento en el que, en perfumería, dominaban los bouquets y soliflores.
El golpe de efecto de Guerlain, se debió al impacto olfativo de la nueva vainilla, más vivaz y de inédita tenacidad, a diferencia de las tinturas de vainilla natural utilizadas hasta el momento. Los métodos arcanos de extracción de su aroma, se centraban en desmenuzar las vainas e infusionarlas en alcohol durante un tiempo hasta obtener la tintura, ya que la destilación al vapor no liberaba eficazmente sus preciosas moléculas. Las tinturas de vainilla natural, son delicadas, cálidas y muy polifacéticas; el problema: como todo natural, su comportamiento es incierto y, su estela, va languideciendo con el tiempo. Pero la audaz vainilla, con su reluciente candor se fue haciendo hueco, yendo de aquí allá, surcando con bravura unas décadas bañadas por lo oriental donde tuvo el máximo protagonismo.
![Perfumes vainilla](https://beautymatters.style//wp-content/uploads/2024/02/2-ok-1-683x1024.jpg)
No se concibe un acorde ambarado sin vainilla. Fue la pieza clave de grandes “bestias” del siglo XX, como L’Ambre Antique de François Coty (1905) o Shalimar de Guerlain (1925). Es una leal compañera que hace brillar a sus camaradas de fórmula para ofrecer múltiples resultados: más golosos y azucarados, como Angel de Thierry Mugler (1992), con su melosa composición de vainilla, chocolate y miel, que marcó un punto de inflexión en perfumería haciendo hueco a la familia olfativa de los gourmand. O Vainilla Sex de Tom Ford, la nueva declinación de la provocativa marca que pone frente a nuestras narices la nueva era de los gourmand, más minimalistas y refinados; menos abrumadores y expansivos.
Vanilla Sex, un juego a cuatro bandas
Hubo un tiempo en el que los jugos gourmand eran tan azucarados, que casi provocaban diabetes… Sin embargo, las nuevas creaciones son más sosegadas, menos azucaradas y más gourmet, como horneadas en los fogones de la alta repostería. Diría que Vanilla Sex, es como una créme brûlée almendrada repleta de vainilla y haba tonka. Una delicia olfativa, de dulzor lactónico, más cálida que dulce; más ambarina que gourmand, pero indudablemente sensual y cautivadora.
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Ese mix entre almendra, sobredosis de vainilla y haba tonka, confiere a la fragancia una salida de TOC (trastorno obsesivo compulsivo). No puedes dejar de olfatearla. Esos matices amazapanados de la almendra y el dulzor con cierto regusto fenólico del haba tonka, son inconfundibles. Y, a pesar de llevar sobredosis de vainilla en cuatro declinaciones: tintura de vainilla natural, proveniente de India, formulada en exclusiva para Tom Ford; vainilla extracto CO2, un tipo de extracción denominada “supercrítica” que utiliza menor temperatura y dióxido de carbono como disolvente, no etanol, logrando obtener un espectro molecular más amplio y fiel a la especie natural; absoluto de vainilla, de matices profundos y dimensión ultra sensual; y la novedosa UltravanilTM (Givaudan), el resultado no es nada pesado ni empalagoso.
En ese juego de vainillas a cuatro bandas, unas se refuerzan a otras sincronizadas en una danza de armonías donde todas hacen alarde de sus múltiples facetas. UltravanilTM con su nota avainillada potente, eleva la vivacidad y vetas especiadas y cremosas de los otros formatos de vainilla y robustece los matices fenólicos de la almendra y el haba tonka. Una vainilla multidimensional que realza las notas florales del jazmín, también presente en la fórmula, y multiplica la calidez y lechosidad de su base de sándalo, haciendo de Vanilla Sex una composición de sensualidad prístina, delicada, inocente, apta, incluso, para los detractores de la suculenta especia.
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